jueves, septiembre 01, 2011

conocimiento y leguas de los pueblos originarios, ¿Se extinguirán en el siglo XXI?

En 200 años de existencia México existe un discurso sobre las culturas originarias, pero no refleja la realidad de los pueblos originarios. Mucha palabra, nada de acción. Hemos dejado que en estos 200 años permanezca la ideología colonial de Europa. En nuestros valores y en las acciones que reflejan estos valores, seguimos dando un alto valor al mundo europeo y culturas anglosajonas:

Los indígenas son la raíz más honda de nuestro ser y forman parte de nuestra civilización histórica, sin embargo no todos lo reconocen así, señaló el historiador Miguel León-Portilla.  Por esa razón, se necesita una revisión histórica de los beneficios obtenidos por los indígenas como consecuencia de su participación en los movimientos de Independencia y de la Revolución Mexicana. “Hasta hoy los indígenas viven marginados y en condiciones terribles; incluso puedo asegurar que dos siglos después de realizado el movimiento independentista, la población indígena sigue clamando justicia”. En su opinión, el inicio del zapatismo moderno “no fue sino el aldabonazo en la conciencia de México donde se decía: entérense que hay indios y somos parte del país”.  Explicó que “todos somos un poco indígenas desde el momento en que tenemos un gusto por el lenguaje y la comida mexicana, las plantas, los paisajes, las zonas arqueológicas, los museos y toda la cultura que de una u otra forma está relacionada directamente con lo indígena.

Seguimos impidiendo que los herederos de nuestras culturas originarias no tengan acceso a la educación.... a pesar que en nuestra constitución política es un derecho para todos y para todas:

Aunque México es una de las naciones del mundo con mayor diversidad étnica y lingüística –casi 16 millones de personas se autodefinen indígenas–, el sistema educativo es expresión de la profunda desigualdad y exclusión, ya que sólo dos de cada 100 integrantes de los pueblos indios llegan a la educación superior. El rezago y la falta de una oportunidad para acceder a la escuela viene de atrás: apenas 10 de cada 100 indígenas estudió primaria, siete de cada 100 tiene secundaria, y cinco de cada 100, bachillerato, de acuerdo con datos de la Subsecretaría de Educación Superior.  La subsecretaria del ramo estima que existen alrededor de 60 mil estudiantes de los pueblos originarios en dicho nivel educativo, lo que representa 2 por ciento de la matrícula total, que asciende a más de 3 millones de estudiantes. Es decir, agrega, el peso de las comunidades indias en la población total es de casi 15 por ciento, pero la matrícula de educación superior apenas llega a 2 por ciento. La realidad, dice por su parte la profesora-investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Claudia Santizo, es que el sistema no les ha proporcionado una opción educativa adecuada. La situación dramática de falta de acceso a la educación se remonta al inicio de la enseñanza básica, donde ya hay muchas dificultades para darles clases y que los niños aprendan en su lengua materna. En el país hay 15.7 millones de integrantes de los pueblos indios, de los cuales 9.1 millones no hablan lengua indígena y 6.6 millones mantienen vivas 68 lenguas con más de 364 variantes.

Ya no podemos echarle la culpa a los gachupines o a los gringos, somos nosotros, los que nos denominamos mexicanos los que negamos el valor del conocimiento y las lenguas de nuestros pueblos originarios:

Los conocimientos y expresiones culturales, recursos naturales y biológicos de los pueblos indígenas se encuentran en riesgo de desaparecer. Pero son particularmente vulnerables a ello la lengua materna, las ceremonias rituales, la medicina tradicional, danzas, fiestas, música, comidas y bebidas ancestrales, reconoce el informe de la consulta que realizó el gobierno federal entre los pueblos indígenas para proteger dichas manifestaciones. Los factores detonantes de este riesgo son de índole interno y externo. Estos últimos se refieren a los que surgen en las propias comunidades, como el desinterés de los jóvenes por su cultura; la vergüenza de hablar su lengua y vestir indumentaria tradicional, o la pérdida de poder y de presencia del consejo de ancianos frente a sus pueblos. Los detonadores externos aluden a todas aquellas influencias poderosas que penetran la vida comunitaria para transformarla, como las redes nacionales e internacionales de comercio, los medios de comunicación masiva, políticas públicas que manejan los recursos naturales y los procesos migratorios.

Creamos propuestas... pero no acciones concretas:

Entre las propuestas para proteger los conocimientos tradicionales indígenas destaca el cumplimiento del gobierno de los tratados que se firman con las etnias, reconocer a estos pueblos como sujetos de derecho, respetar las formas de vida y organización interna de las comunidades originarias y la difusión de las diversas culturas indígenas a través de los medios masivos de comunicación.

El mundo global parece buscar un mecanismo para comunicarse y compartir, el dilema es cómo preservar la diversidad cultural y lingüística:

La migración por búsqueda de empleo, la adopción del español y la asimilación de la modernidad han provocado que muchos indígenas abandonen o ni siquiera aprendan sus lenguas nativas. En consecuencia, muchas están en peligro de desaparecer. El Censo de Población y Vivienda 2010 realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), registró 89 lenguas indígenas, de las cuales, nueve son habladas por menos de 10 personas y otra decena por un promedio de 100 hablantes. Prácticamente están al borde de la extinción el chinanteco de Lalana, el popoluca de Oluta, el popoluca de Texistepec, el zapoteco del Rincón, el chinanteco de Sochiapan; el papabuco, el ayapaneco, el mixteco de la zona mazateca y el chinanteco de Petlapa, todos con menos de 10 hablantes. Otras 16 lenguas nativas no sobrepasan los mil hablantes. Entre ellas destacan el paipai, el kumiai y el cucapá, en Baja California; el cakchiquel, el quiché y el jacalteco, en Campeche, Chiapas y Quintana Roo; el ixcateco, en Oaxaca; el seri y el pápago, en Sonora; y el kikapú, en Coahuila. Sólo 16 lenguas indígenas son hablados por más de 100 mil personas mayores de cinco años. El náhuatl es la principal, con 1.5 millones de hablantes distribuidos en varias zonas del país, principalmente en Guerrero, Hidalgo, Puebla, San Luis Potosí y Veracruz. Le siguen el maya, con 786 mil hablantes (sobre todo en Yucatán, Campeche y Quintana Roo), y el mixteco, con casi 472 mil personas (principalmente en Oaxaca y Guerrero). Otros grupos lingüísticos importantes son el tzeltal y el tzotzil, en el sureste del país, principalmente en Chiapas, y el zapoteco, en Oaxaca y Veracruz. El Atlas de lenguas del mundo en peligro 2010, elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), revela que en México hay 364 variantes lingüísticas. Según el grado en que éstas han caído en desuso, el organismo internacional considera que 52 están en situación “vulnerable”, 38 en “peligro”, 32 “seriamente en peligro” y 21 en “situación crítica”. Una lengua es “vulnerable” cuando la mayoría de los niños la habla, pero su uso se restringe a ámbitos como el hogar; “en peligro”, cuando los niños no la aprenden como lengua materna. Está “seriamente en peligro” cuando sólo los ancianos la hablan, mientras que la generación parental puede comprenderla, pero no la habla entre sí ni con sus hijos; en “situación crítica”, si los viejos son los únicos hablantes, pero sólo la usan esporádicamente.

Negamos y negamos nuestro derecho a crear un país intercultural, a enriquecer nuestra forma de pensar, de aprender nuevas formas de comunicación, de tener un pensamiento sistémico, complejo y diverso:

Cuando por fin Doni Zänä gozó del derecho a tener un nombre en su lengua, el hñähñu, el orgullo de ser indígena en el pueblo de San Ildefonso se avivó. Conseguir que el sistema de cómputo del registro civil aceptara los caracteres —diéresis y subrayado— del nombre de su hija, ameritó que Marisela Rivas y César Cruz enfrentaran un largo camino, entorpecido por la burocracia. Si era más fácil para todos ponerle Doni Zana, ¿por qué no omitir aquellos signos?, les proponían los funcionarios que no tenían idea de que su alternativa alteraba el significado del nombre a tal grado que de “flor de luna” se convertiría en “piedra que muerde”. “No era un capricho, era un derecho. Nos trataban como si no entendiéramos porque para ellos, nosotros teníamos que cambiar, porque esa es la historia de muchos indígenas que van con un nombre para su hijo al registro civil y a la mera hora salen con otro porque los convencen de que no se puede, pero no, yo dije: ‘si le voy a poner ese nombre a mi hija tienen que arreglar el sistema’”, recuerda Marisela. Dos años y siete meses más tarde Doni Zänä tuvo un acta de nacimiento. La conquista del derecho de Doni Zänä y sus padres motivó a los pobladores de una comunidad entera a reclamar otro igual de básico: ser reconocidos como indígenas. “Cada que vamos a pedir un apoyo para algún proyecto productivo sacan una lista y ya que la ven nos dicen, ‘no pues no se los podemos dar porque San Ildefonso no es un pueblo indígena’”, cuenta Marisela.
—¿Cómo que no?, si todos somos indígenas—, les reprocha a los funcionarios que detrás de su escritorio no se enteran de que en la comunidad hidalguense enclavada en el municipio de Tepeji del Río en donde vive Marisela, más de 90 por ciento de los habitantes, como ella, hablan la lengua hñähñu y conservan sus tradiciones, su música y sus artesanías. Tan irrisible es que no reconozcan a San Ildefonso como comunidad indígena como que Doni Zänä haya tenido que esperar casi tres años para existir en un registro. El día de su graduación del jardín de niños Konetl Yoalpaki, Doni Zänä tuvo que padecer de nuevo a un sistema incapaz de de registrar los caracteres de su nombre. Se marchó a casa sin certificado. Justo hoy, 9 de agosto, cuando se celebra el Día de los Pueblos Indígenas, Doni Zänä tendría que inscribirse en la primaria, pero no cuenta con los documentos para hacerlo. Para evitar “más problemas”, en la coordinación regional de la Secretaría de Educación Pública les propusieron a sus padres recibir el certificado sin las diéresis y subrayado del nombre de Doni, o “mejor aún”, aceptarlo mecanografiado. Sus papás no lo aceptaron. Porque no se trata de un capricho, sino de un derecho.

¿Quiénes somos si no sabemos de donde venimos? ¿A dónde vamos si no sabemos quienes somos?




1 comentario:

ricardo dijo...

si alguien quiere acciones concretas, vaya acá http://on.fb.me/pdi2i23