Ha fallecido en México el escritor Gabriel García Márquez. Fue uno de los escritores más reconocidos en el mundo entero, incluso obtuvo el premio Nobel de literatura. Sin embargo, también fue un excelente periodista, sus narraciones son un ejemplo de las potencialidades del buen escribir en los periódicos, especialmente, en un país como el nuestro en donde se lee poco y se escribe mucho menos. Y el periodismo todavía navega más como un panfleto de apoyo a los gobernantes y grupos de poder que como una herramienta sólida para construir una democracia plena y ciudadana.
Allá por la década de 1980, García Márquez escribió sobre el miedo a volar en aviones;
SEAMOS MACHOS: HABLEMOS DEL MIEDO AL AVIÓN
El único miedo que los latinos confesamos sin vergüenza, y hasta con cierto orgullo machista, es el miedo al avión. Tal vez porque es un miedo distinto, que no existe desde nuestros orígenes, como el miedo a la obscuridad o el miedo mismo de que se nos note el miedo. Al contrario: el miedo al avión es el más reciente de todos, pues solo existe desde que se inventó la ciencia de volar, hace apenas 77 años. Yo lo padezco como nadie, a mucha honra, y además con una gratitud inmensa, porque gracias a él he podido darle la vuelta al mundo en 82 horas, a bordo de toda clase de aviones, y por lo menos diez veces.
No; al contrario de otros miedos que son atávicos o congénitos, el del avión se aprende. Yo recuerdo con nostalgia los vuelos líricos del bachillerato, de aquellos aviones de dos motores que viajan por entre los pájaros, espantando vacas, asustando con el viento de sus hélices a florecitas amarillas de los potreros, y que a veces se perdían para siempre entre las nubes, se hacían tortillas, y había que salir a medianoche a buscar sus cenizas del modo más natural: a lomo de mula.
Una vez, siendo reportero de un diario de Bogotá, en una época irreal en que todo el mundo tenía 20 años, me mandaron con el fotógrafo Guillermo Sánchez a perseguir una mala noticia en uno de aquellos Catalinas anfibios que habían sobrado de la guerra. Volábamos sobre la plena selva del Urabá sentados en bultos de escobas porque asientos no había en aquel sepulcro volante, ni una azafata de consolación a quien pedirle el número de su teléfono en el paraíso, y de pronto el avión se metió a tientas por donde no era y se extravió en un aguacero bíblico. No solo llovía afuera, sino también adentro. Agarrándose a duras penas, el copiloto nos llevó un periódico para que nos tapáramos la cabeza, y vimos, con asombro, que apenas podía hablar y le temblaban las manos.
Ese día aprendí algo muy alentador: también los pilotos tienen miedo, solo que ellos, como los toreros, no se les nota tanto en el temblor de las manos como en las supersticiones...
Los datos sobre la lectura en México son poco alentadores, en promedio los mexicanos leemos dos libros al año. Espero de manera optimista que alguno de esos dos libros incluyan alguna obra de García Márquez, sea de literatura, sea de su particular narrativa periodística. Para conmemorar a tan célebre escritor solo vale: leerlo.
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