Hace unos días el Universal publica una serie de historias de estudiantes mexicanos que demuestran que el fallo principal está en el diseño actual del sistema escolar, no en los estudiantes. De hecho, la investigación científica nos demuestra que toda persona es capaz de aprender de manera profunda. Uno de los problemas que se genera en el diseño actual de la escuela es que está diseñada para un estudiante "estándar" (como un tornillo 1/2"), no para ofrecer oportunidades de aprender a cada uno de los estudiantes, y los profesores son formados para "enseñar a ese niño estándar" utilizando metodologías generales y poco flexibles:
Él no sabe de colores, sólo alcanza a distinguir “bultos”, como él le llama. Tiene 12 años y sus manos, su olfato y oído son sus herramientas frente a la vida ante la falta del sentido de la visión. Se llama José Luis Piña Luevano, vive en el rancho Tepetatillo, en el municipio Asientos, uno de los que registran mayor índice de pobreza en Aguascalientes.
Cuando tenía cinco meses, sus padres notaron algo raro en él. “Nosotros nos dimos cuenta de que no veía, pesó apenas 900 gramos y nació a los siete meses de embarazo. Pero cuando Chuyito empezó a crecer algo nos quedó muy claro: que tenía muchas ganas de aprender; era muy inquieto, buscaba libros, le preguntaba a sus hermanos, siempre andaba preguntando”, cuenta Juana María Luevano, la madre.
Lo extraordinario de Chuyito no sólo reside en su capacidad de superar las barreras, sino en que a pesar de no poder ver, ha ganado reconocimientos como la Beca Bicentenario y ha sido triunfador en la Olimpiada del Conocimiento.
Pese a que comenzó a cursar su nivel preescolar hasta los siete años, por la reticencia de los maestros a recibirlo en sus salones, Chuyito entró a la escuela con una gran cantidad de conocimientos debido al apoyo de su familia, pero de una hermana en especial.
Luego, en primer grado, tuvo una mala experiencia. “El maestro nunca me quiso tener, no me hacía caso, nunca se paraba a explicar; me decía que le daban ansias verme como movía los ojos, cuando le preguntaba qué escribir, me decía que escribiera lo que quisiera.
“Un día le pregunté: ‘¿bueno maestro, me tiene envidia o coraje? ¿Por qué no me trata igual que a todos?’, no me dijo nada, se quedó callado”.
Recuerda que después le llegó la oportunidad de concursar por la Beca Bicentenario, auspiciada por un banco, y cuando la ganó no lo creía. “Competí y avancé, era en conocimientos. Cuando me dijeron que gané no me lo creí; yo nunca me había ganado nada”. Luego, resultó ser de los mejores en la Olimpiada del Conocimiento.
Ágil en la computadora con sistema Braille, Chuyito dice que quiere estudiar mecatrónica. “Demostraré que los niños con cualquier discapacidad podemos lograr grandes cosas, incluso más que los que presumen tenerlo todo”.
Rodolfo Balderas López, de 15 años, es un joven de excelencia, cuenta con un serial de dibujos mitológicos, ocho proyectos de investigación y en conjunto con doctores de la Universidad de Hidalgo desarrolla un libro.
En 2011 participó en la Expo Ciencia Nacional, con el tema Ingeniería Extrema, investigación que trata sobre la arquitectura visionaria de construcciones colosales para aligerar la sobrepoblación, proyecto con el que obtuvo el tercer lugar.
Estudia tercer año en la Secundaria General número 1 de Pachuca.
Asegura que tuvo una niñez normal, en la que no faltaron los juegos y las caricaturas.
Su primer acercamiento con la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo lo obtuvo con las llamadas sesiones de enriquecimiento, posteriormente fue invitado a trabajar en la realización del libro La primera vez que vi televisión, donde además de ser asistente de investigación, también es ilustrador.
“Rodolfo es un adolescente de excelencia”, comenta su maestra Norma Zuñiga.
También sueña y entre sus anhelos está ser ingeniero civil y actor de doblaje.
Tiene sólo ocho años de edad y ya comienza a trascender fronteras por su don de la palabra.
Mediante de la oratoria ha llevado mensajes de esperanza a sus paisanos que se han ido de Zacatecas en busca del sueño americano. También ha hecho llamados a los diputados para manifestar su repudio por la violencia y se ha convertido en promotor de los derechos ambientales.
Leonardo Gael Saldaña Hernández cursa el tercer año de primaria en el municipio de Guadalupe. Dice que de grande le gustaría ser un político, “pero de los buenos, no de los que no hacen nada por ayudar a la gente”.
Víctima de bullying en el primer grado, se mudó a otro plantel. Ahí, una maestra descubrió en él ese don de la palabra y lo alentó a participar en un curso de oratoria infantil de líderes ambientales. Obtuvo el segundo lugar.
Su voz le permitió que el alcalde de Guadalupe lo convirtiera en orador del municipio, que recibe a las personalidades que visitan este territorio. Su palabra ya le permitió cruzar la frontera: estuvo en Woodstook, condado de Chicago, invitado a un intercambio interescolar, luego de una visita de líderes y reinas migrantes radicados en EU.
Sin perder la picardía propia de un niño, pero con la madurez que le ha dado su presencia en los ruedos, misma que le generó una valentía para estar frente al toro, aun en medio de los riesgos que representa, Michel Lagravere Peniche, mejor conocido en la fiesta taurina como Michelito, ha comprobado que el miedo es una sombra que acompaña al torero en cada pase, en cada plaza.
“Cuando estuve en la Plaza México fue impresionante. Cuando estás ahí, te tiembla todo, te dan ganas de salir huyendo, pero basta con dar el primer muletazo para que regrese la confianza”, relata Michelito acerca de su última experiencia como torero, actividad que inició cuando apenas tenía seis años de edad.
Ahora de vacaciones en la playa, el novillero de 14 años (un niño joven, como algunos le dicen) aprovecha los días de descanso para disfrutar de la compañía de sus amigos, ya que es poco el tiempo libre que le queda entre las corridas de toros y sus estudios.
El joven torero ha causado polémica y controversia a nivel internacional, por aquello del derecho de los niños y los riesgos que implica torear a su corta edad.
Al principio de su carrera sus padres se opusieron. Incluso su madre hasta hace poco tiempo no estaba convencida. “Soy feliz, ¿cómo no lo voy a ser si es lo que más gusta hacer? Ya se los he dicho”, comenta el menor sin dudarlo. Respecto a la profesión que combinaría con la de torero, dice que aún no ha decidido, pero sabe que tiene que estudiar una carrera: “La prioridad son los estudios; si hay buenas calificaciones, hay toros, como me han dicho mis padres”, comenta el niño.
El Niño Torero como se le conoció en sus inicios, paulatinamente se convierte en joven y su aspiración es seguir figurando en la fiesta brava.
Una niña de 10 años ingresa a la universidad:
En menos de cuatro años, Dafne Almazán Anaya terminó la primaria, la secundaria y la preparatoria. Tiene sólo 10 años, y mañana debutará como universitaria. Esta niña genio, es hermana de Andrew, quien a los 16 años se convirtió en el sicólogo más joven del país. Dafne comenzará sus clases de sicología en el Instituto Tecnológico de Monterrey, bajo un plan semi-presencial esta misma semana. Hoy celebrará su fiesta de graduación del bachillerato, junto con Delanie, su hermana de 14 años, otra niña prodigio que ha preferido mantenerse alejada de las cámaras y los micrófonos.
La más chiquita de los Almazán Anaya, en cambio, quiere que la conozcan, que sepan que la suya debe ser la historia de cada niño sobredotado.
“Yo quiero que muchos niños repitan lo que yo estoy haciendo, que puedan llegar a la universidad a los 10 años o hasta edades más tempranas, ése es mi mayor sueño”, anhela Dafne.
A diferencia de ella, la mayoría de los niños genios en este país tienen que lidiar con erróneos diagnósticos de TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad) o portar injustamente la etiqueta de insubordinados, tal y como le pasó a Andrew.
Por fortuna con Dafne, sus padres y sus hermanos tenían ya un camino andado. “Teníamos la plena conciencia de que no tenía ninguna patología o alguna desviación conductual, sino que simplemente era como el tres por ciento de la población que aprende más rápido”, explica su papá Asdrúbal Almazán.
La pequeña Dafne dio muestras de una inteligencia superior antes de los tres años cuando, sola, aprendió a leer y escribir.
Conociendo prácticamente todos los contenidos de educación básica, hizo primaria y secundaria en menos de dos años y, a los ocho, cuando generalmente una niña estaría en tercero de primaria, ella ya había llegado hasta la preparatoria. Un año y 11 meses más tarde, la terminó.
“Se siente bien bonito porque a mí me gusta mucho aprender, y ahora mi siguiente meta es acabar la licenciatura en sicología, pero también quiero entrar a derecho más adelante y a nanotecnología para ayudar desde distintos ámbitos a la humanidad”, cuenta convencidísima.
“Soy muy feliz porque hago lo que quiero y lo que me gusta y ojalá a todos les pase así”, dice con una sonrisa, prácticamente permanente, que rompe con aquel estereotipo de genio, como ratón de biblioteca.
En México es un problema aprender con rapidez, el sistema escolar está diseñado para evitar "aprender rápido". El modelo sigue las pautas que existían en el siglo XIX con una sociedad desnutrida, analfabeta y terriblemente explotada. El siglo XX cambió drásticamente esta situación pero las escuelas se siguen contentando con "medio alfabetizar" y preparar a los estudiantes enfrentar un mundo que ya hace mucho dejó de existir. El gran problema de los niños con grandes habilidades para aprender del sistema escolar es que se les cataloga como niños con TDAH:
Ser madre de un genio no es fácil, y Dunia Anaya lo es de tres.
Tan complicado fue, que le tomó más de cinco años asimilar que el intelecto de su pequeño Andrew resultó superior al del propio Einstein.
Después nacieron Delanie y Dafne, y la historia se repitió por partida triple. Hace 17 años Dunia se convirtió en mamá y ya tiene en casa a un sicólogo adolescente y a dos hijas de 14 y diez años estudiando en el Tecnológico de Monterrey en el nivel universitario.
Como ella, cerca de un millón de mamás en México se enfrentan al dilema de tener a hijos genios, porque nadie las ha preparado para guiar a niños con una inteligencia superior.
Lidiar con diagnósticos erróneos por Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) se repite una y otra vez en estos casos.
“Cuando veo a las otras madres de niños sobredotados me siento totalmente identificada con ellas. Nuestras historias son prácticamente idénticas. Nos enfrentamos al rechazo que sufren nuestros hijos y a diagnósticos que no nos dejan completamente satisfechas. Después viene la desesperación de no saber a dónde ir”.
Esa incertidumbre fue lo que la empujó a crear una red para que las madres logren entender mucho más fácil por qué tan pequeños sus hijos se interesan en temas científicos, aprenden a leer solos antes de los tres años o logran en dos meses terminar el bachillerato.
En el Centro de Atención al Talento (Cedat), que atiende a niños con sobrecapacidad intelectual, fundado por la familia Almazán Anaya, unas 200 mujeres comparten las historias de sus hijos genios.
“Esperamos que la experiencia que a mí me tocó vivir como mamá pueda servir de algo; el dar el testimonio de lo que se siente, de esa desesperación de no saber a dónde ir con el hijo de uno, pueda servir para que no haya más casos así. Lo que yo les digo a la mamás de los sobredotados es que a nosotras nos toca entender que son diferentes y mostrar fortaleza para que nuestros hijos entiendan que ahorita son pocos y que tienen un camino que andar para que en un futuro esa minoría también sea identificada como otras, respetada y apoyada”, explica Dunia.
A ella misma le costó entender esa filosofía. Se resistía a creer que su primer hijo había nacido con una inteligencia superior a la del promedio.
La justificaba con que, quizá, era un niño de buena memoria. Hasta que él cumplió nueve años y no pudo negarlo más: Andrew terminó los últimos tres años de primaria en cuatro meses, concluyó la secundaria en siete meses y tan sólo en dos el bachillerato, por lo que a los 12 debutó como universitario.
“Lo que más me afectaba era el estereotipo del sobredotado, el imaginarme una persona despistada por la calle con problemas sociales de adaptación, enojado con el mundo. Yo en varias ocasiones le decía a Andrew ya deja de estudiar, no hagas nada, mira el techo... y él me respondía que disfrutaba aprendiendo. Me pidió que entendiera que era diferente, y con el pasar de los años cuando ya entra a la universidad y veo que está dispuesto a hacer su trabajo para romper con ese estereotipo cambia todo.”
En ese momento Dunia decidió tomar las riendas e ir hacia adelante con su pequeño genio.
Estudió un máster en educación para asesoramiento educativo familiar y creó el Cedat.
Y entonces llegó Delanie, que se interesó desde pequeña por la literatura clásica y se distinguió por su singular memoria, y luego Dafne, que en menos de cuatro años cursó primaria, secundaria y preparatoria.
Y Dunia ya no tuvo miedo. “Soy una mamá que ama a sus hijos como muchas otras mamás que estamos dispuestas a cambiar nuestra vida y hacer lo que sea necesario por ellos. Por eso no puedo sentirme que soy una mamá fuera de serie. Estoy consciente de que en muchas áreas mis hijos tienen más conocimiento que yo, pero eso no representa un problema de autoridad, porque el amor y la experiencia de una madre está por encima de todo”, argumenta.
Hasta hoy, no sabe de dónde vinieron los genes que hicieron que sus tres hijos nacieran genios, pero sí que Andrew, al ser el primogénito, fue clave para catapultar el desarrollo de la sobrecapacidad de sus hermanas.
Seguimos despreciando el talento mexicano. La escuela no es un buen lugar para los estudiantes pues son diferentes al estudiante "inexistente" que se conoce como promedio. Todos resultamos diferentes pero se nos trata como un objeto estandarizado, una máquina. No se nos considera como una persona que se fortalece y se desarrolla cuando aprende.
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