Vivir o intentar vivir en la Ciudad de México no es una cosa sencilla. Esta megaciudad con más de 15 millones de habitantes, vive todos los días problemas con el tráfico, los plantones, marchas, violencia.
Nuestro país ha privilegiado un sistema político y económico de carácter centralista que concentra muchos de sus esfuerzos en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México. Se piensa que los grandes problemas del país tarde o temprano se resolverán en este lugar. Sin embargo, para la mayoría de los habitantes de Cd. De México lo más importante e inmediato, no es la solución de los grandes temas nacionales. La complejidad, la velocidad, el tamaño, las distancias, los eternos congestionamientos, la falta de lugares para estacionar el automóvil, la violencia e inseguridad, la inexistencia de espacios de recreación para los niños y las niñas son temas cotidianos.
La cantidad de personas que habitamos un espacio tan pequeño, el número gigantesco de casas, departamentos, edificios de todo tipo, genera una gran cantidad de problemas de convivencia. Nos hemos acostumbrado a una cultura del “agandalle”; los vecinos que ponchan llantas a quien se estaciona frente a su banqueta, “franeleros” que piden una cuota para estacionar el auto en la vía pública, “valet parking” que estaciona automóviles en tres o cuatro filas estorbando la circulación de los peatones y automóviles, los puestos de tacos que invaden la banqueta de las estaciones del metro, los edificios de gobierno que ponen vallas, rejas y retenes, que impiden el paso de las personas.
Es común escuchar entre los habitantes de un edificio que nadie coopera para solucionar los problemas compartidos, cada quién vela por sus intereses. En los grandes edificios moran los extraños desconfiando de quien vive a su lado. Parece necesario crear un tipo de educación que contribuya a mejorar la calidad de vida de la ciudad de México. Tal vez, en los futuros ciudadanos quepa la esperanza de tener una ciudad más sana, habitable y humana.
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