miércoles, agosto 24, 2011

migración, intercambio cultural... un tema para discusión

En 200 años no hemos podido resolver el tema de nuestra formación como una nación independiente. Seguimos en tensión entre la homogeneidad y la heterogeneidad. Falta mucho análisis para resolver las preguntas: ¿De dónde venimos? ¿Quienes somos? ¿A dónde queremos ir?

Nuestro sistema educativo no es muy útil, sigue respondiendo a la metáfora de la fábrica de la era industrial. Todos tienen que aprender lo mismo, al mismo tiempo, de la misma forma, para lograr los mismos resultados. Así, desaparece lo diverso:

La migración de indígenas a la ciudad de México se incrementa cada año y acarrea consigo la pérdida de seres humanos, de memoria histórica, identidad y de conocimiento cultural irremplazable. Así lo considera Bolfy Cottom, investigador de la Dirección de Estudios Históricos del INAH. El investigador señala que en la sociedad mexicana “persiste un doble discurso y una doble moral, ya que por un lado existe una reivindicación del indígena abstracto, del que se aprecia su folclor, sus tradiciones y costumbres… pero se le sigue viendo de una manera marginal, tratándolo como a un menor de edad o un discapacitado”. Y añade: “Normalmente un indígena es marginado y despreciado, no sólo por el hecho de ser pobre, sino también por poseer una cultura que es sumamente distinta a la del resto de la ciudad”. Esta pérdida de seres humanos, enfatiza, es producto de la migración, la pobreza, la miseria y violencia, lo que implica mucho del conocimiento que ha forjado a este país, así como la identidad sobre el cual se basa la idea de nación. “Precisamente con la pérdida de estos sujetos de carne y hueso van desapareciendo sus lenguas, sus tradiciones y otros elementos, prácticas y creaciones culturales que tienen que ver con su riqueza artística y alimentaria en el país”. Así que por cada indígena que muere, apunta, no sólo va desapareciendo la diversidad cultural, “sino que le estamos apostando a una especie de homogeneización inconsciente de la población, porque no somos capaces de crear dinámicas que respeten a los pueblos indígenas”. María del Carmen Morgan, directora de Atención a Pueblos y Comunidades de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades del GDF, reconoce que en esta ciudad al menos 122 mil 411 indígenas se asumen como tales, de los cuales la mayor cantidad se concentra en las delegación Iztapalapa, con 30 mil 266 indígenas, Gustavo A. Madero con 14 mil 977, y Tlalpan con 10 mil 290. Según la Sederec, en el Distrito Federal existen al menos 55 de las 68 agrupaciones lingüísticas del país, entre las que predominan el náhuatl, mixteco, otomí y mazateco. Esto ha propiciado que esta ciudad sea el conglomerado pluri-lingüístico más complejo de México. Por otra parte, el Diagnóstico sobre la situación de los derechos humanos de los pueblos indígenas, elaborado por la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF), indica que los indígenas que habitan la ciudad son en su mayoría migrantes de los estados de Oaxaca, Puebla, Estado de México, Hidalgo, Veracruz, Guerrero, Querétaro y Guanajuato.

En el paradero de Indios Verdes uno de cada diez comerciantes ambulantes es indígena, según el censo que realizaron la semana pasada autoridades del Centro de Transferencia Modal. En total son 100 y provienen de los estados de México, Hidalgo, Oaxaca, Puebla, Veracruz y Guerrero. Están mezclados con los otros 900 comerciantes informales originarios del DF, por lo que a primera vista no es fácil detectarlos. La mayoría llegó hace 25 o 30 años. La mayoría de ellos vende fruta de temporada, cocteles, antojitos, churros, dulces, refrescos, botanas, jugos y licuados; los menos atienden puestos de periódicos y otros son boleros. María Josefina Cruz es originaria de San José del Rincón, Estado de México. Vende guayabas, peras y aguacates; habla mazahua y español. Su conversación es fluida y lleva 60 años vendiendo en la calle. Llama la atención por su indumentaria tradicional color verde, los aretes y collar rojos, así como su cabello trenzado. En un español básico, cuenta que al principio era fácil que las autoridades la llevaran al “torito”, porque aún no aprendía el idioma y no sabía qué leer.

Ricardo es hidalguense y habla otomí a la perfección. Atiende el puesto de periódicos del anden “G” y asegura que le va mejor que si se hubiera quedado en su pueblo: aquí gana 200 pesos diarios, allá 80. Tiene 28 años y sus familiares trabajan en otros andenes. Dice que aunque al principio —en el año 2000— fue difícil adaptarse, ahora ya está integrado a las costumbres de los “chilangos”. Francisco Alavez, por ejemplo, recuerda que cuando llegó a la ciudad tuvo que dejar de usar su traje de mixteco (originario de Oaxaca) para buscar trabajo. Aunque usó pantalón, camisa o playera las fábricas le cerraron las puertas por no saber español y no tener experiencia. Por eso hace 25 años solucionó su problema con un sillón para bolear zapatos en el anden “G” y, recientemente, junto al suyo, puso otro para su hijo. “Hasta la fecha no he podido aprender bien a hablar español; pero no me apura porque con mi familia hablo en mixteco, me entiendo mejor así, me siento más cómodo. Mis hijos me entienden, pronuncian algunas palabras, pero no hablan la lengua completa. En mi pueblo ya sacaron libros para que los niños la aprendan y no desaparezca. Ha habido clientes que cuando me oyen hablarlo, me felicitan por conservar mi origen”, detalla mientras da grasa a un par de botas. Rosa Pablo Villa no tuvo la misma suerte. Originaria de Huajapan de León, no recuerda bien el mixteco porque llegó a la ciudad a los siete años; de hecho, dice que en sus pláticas con familiares, aunque entiende lo que hablan ya olvidó muchas palabras para expresarse y comunicarse con ellos. No puede sostener una conversación en mixteco. Explica que a sus hijos no les enseñó la lengua por pena.

¿Quiénes somos?





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