Hace cuatro décadas, una de las expresiones masivas más impactantes para una nación como la mexicana ocurrió precisamente un 13 de septiembre. Y fue en silencio. Sacudió, no sólo por la cantidad de personas disidentes de un aparato de Estado en los tiempos del control corporativo, sino también porque ya esa cantidad podía multiplicarse por muchos más que la apoyaban. Las notas de prensa escritas y los testimonios posteriores coinciden en señalar que marcharon en silencio 250 mil personas desde las 17:15 horas del Museo de Antropología hasta las 21:05 en que terminaron de ingresar al Zócalo. Allí en la plaza principal del país, una mujer y dos hombres, como oradores principales, resumieron la validez del conflicto que ya sacudía a toda la República. El impacto que causó esta otra demostración de los disidentes al PRI provocó que en los días posteriores la tensión política se extremara y quienes gobernaban decidieran fermentar más la violencia institucional contra los estudiantes —y su manto solidario que crecía en todo el país—, con granaderos, policías preventivos, fuerzas especiales y cuando eran derrotados en las calles se ordenara el auxilio del ejército.
De afuera llegaba todo: libros, maquinas de escribir, ropa y comida; mientras los presos políticos elaboraban estrategias y reflexiones sobre cómo enfrentar su estadía en Lecumberri, sus mujeres, compañeras de lucha, perseguían afuera al entonces procurador general de la República, Pedro Ojeda Paullada, para que les autorizara el ingreso de esos utensilios. Para eso, ellas, según Yolanda Gaytan, entonces esposa de Rodolfo Echeverría, El Chicalli, se organizaron en la Asociación por la Libertad de los Presos Políticos. María Luisa Guerrero, esposa de Fausto Trejo era la tesorera; María de la Luz Núñez, esposa de Arturo Martínez Nateras, vicepresidenta, y la propia Gaytan, presidenta. Cuando no les hacían caso afuera, hacían escándalo en los patios de la cárcel, y si tampoco, regresaban afuera hasta que lograban su cometido. Ese fue el papel de las mujeres. Nuestra entrevistada estuvo cerca de Valentín Campa, Juan de la Cabada y Arnoldo Martínez Verdugo. Recuerda a José Revueltas en la crujía cantarle Popotitos a Mayté, su compañera de entonces.
El movimiento estudiantil de 1968 y Ciudad Universitaria (CU) son dos elementos casi indivisibles: continuamente uno lleva al otro y viceversa. En los rincones de su arquitectura se esconde el eco de aquella época, sus paredes gritan la historia de la que han sido testigos.“Quiero mostrar no sólo el episodio trágico que fue la masacre del 2 de octubre, no sólo la cuestión dolorosa que significa el movimiento, sino todo el movimiento que se gesto dos meses antes de la masacre, el cual fue un periodo festivo, de mucha comunicación y agitación social, donde la gente quería cambiar las cosas y cómo se unieron”. Para lograrlo Heidrun Holzfeind reunió fotografías inéditas de colecciones privadas que registran los primeros mítines que los estudiantes organizaron en el 68, así como carteles originales de la revolución social que significó el movimiento, letras de canciones que incluyen una versión del bolero Esta tarde vi llover, cambiada por Esta tarde vi correr, en alusión al intento por huir de las balas en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.
La maestra Marta Servín, de profesión microbióloga, se emociona, incluso solloza, al recordar su activismo, antes y después, en el movimiento estudiantil de 1968, y revela que el 14 de septiembre de ese año, poco antes de la masacre de aquel 2 de octubre, la cúpula del Partido Comunista Mexicano les pidió levantar la huelga. Los muchachos, sin embargo, se negaron. Y fue El Búho, recuerda, uno de los jóvenes que incitó a seguir el propósito.
—Si hubiéramos hecho caso… –reflexiona la profesora, como si se instalara en aquellos momentos de tensión, cuando tenía 22 años.
—¿Cree que se habría evitado la masacre?
—No lo sé, no lo sé… Nos traían ganas. Eran momentos en que nos la jugábamos. El Che había muerto en Bolivia, por ejemplo, y era “el patria o muerte”. Había un inmenso peligro para México. Y no hicimos caso al partido…
El ciclo de conferencias sobre el 68, que se realiza en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco (CCUT) por los 40 años del movimiento estudiantil, se alejó un poco de la reflexión para entrar a los terrenos de la reconstrucción, la anécdota y la evocación de los ánimos y atmósferas de aquellos días. Sin embargo, las evaluaciones no quedaron del todo fuera y Roberto Escudero, ex dirigente del 68, ayudó a ponderar una de las polémicas que aún persisten y que gira en torno a la pregunta: ¿Qué fue y qué significó el 68, fue una victoria o una derrota? Fue todo eso, respondió él mismo, porque un movimiento tan amplio y masivo admite todas esas contradicciones e interpretaciones: haber sido una fiesta de la libertad, sin precedente, con una fuerte carga erótica, y a la vez haber tenido el lado trágico de la vigilancia, la represión y el miedo de ser militante estudiantil.
El movimiento estudiantil de 1968 terminó con la “gran rectoría” del Estado mexicano en la cultura y marcó la proliferación de grupos artísticos independientes de la influencia oficial, más asumidos como un reflejo de la sociedad civil, lo cual significó una mayor diversidad en la música, la literatura, la fotografía, el cine y las artes plásticas. Esa reflexión sobre la “sacudida” del 68 en la cultura, las artes y las conciencias de los artistas mexicanos estaba pendiente, pues sólo se había planteado el “parteaguas” que ese movimiento significó en términos históricos, sociales, políticos y del largo proceso de democratización del país.
En 1968, el Salón de la Plástica Mexicana organizó una exposición donde los pintores participantes voltearon sus cuadros como muestra de apoyo al movimiento estudiantil; detrás de los lienzos pintaron consignas como “¡Cultura Sí!” y “¡Libre!” que condensaban la efervescencia política y cultural que se vivía en esos años. Uno de esos cuadros, pintado por Carlos Olachea, forma parte 40 años después de la exposición Miradas al 68. El impacto del movimiento estudiantil en la cultura mexicana contemporánea, que aglomera las aportaciones estéticas e ideológicas que el episodio histórico aportó a las artes. Planeada para inaugurar la Sala de Exposiciones Temporales del Memorial del 68 en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, el recorrido sonoro y visual ofrece un panorama de “la ruptura artística” que propició el movimiento y de la creación de un “contradiscurso” que separó a los artistas “del mecenazgo estatal”.
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