En 1968, el gobierno federal decidió utilizar tanquetas y al ejército para salvar al país... del comunismo. 40 años después el libre mercado y la globalización derrumbaron la dictadura del proletariado. No se necesitaron tanquetas, ni ejército alguno... como siempre los mexicanos siempre trasnochados por la efímera llamarada del poder:
Los frentes de ataque contra el movimiento se multiplican desde el poder y la prensa hace lo suyo: “El movimiento pierde fuerza entre los estudiantes”, asegura El Universal. “Hay intereses ajenos, dicen los cuatro partidos”, según Novedades. “Intransigentes”, critica El Heraldo de México. Los estudiantes resisten. Hay amenazas y son constantes las llamadas telefónicas a las escuelas para prevenirlos, recuerda Luis González de Alba: “Sí, sí, está bien; daremos aviso para evacuar las escuelas. No se preocupe, por supuesto que nos pondremos a salvo, gracias”.
Tantos borregos (rumores) habían corrido en semanas anteriores, que nadie quiso creer… Hasta que aparecieron frente a sus ojos las tanquetas, los jeeps y los convoyes. El Ejército había entrado a la Ciudad Universitaria. Sólo años después se conocieron los detalles de la operación militar “Restauración”, prevista para las 22 horas del miércoles 18 de septiembre de 1968 y en la que participó por primera vez el llamado Batallón Olimpia.
Fue hasta el 22 de agosto que la Secretaría de Gobernación reaccionó por fin y ofreció dialogar con los estudiantes para dar solución al problema que alteraba todo. Pero la invitación sólo fue una golondrina sin rumbo en el verano del 68. Y los jóvenes la dejaron ir, al no aceptar lo que había dado vida a su activismo, negociar su pliego petitorio. Tres votos, en el Consejo Nacional de Huelga (CNH), la madrugada del 26 de agosto, dieron la mayoría al sector radical, que se negaba a los contactos preliminares del diálogo, pues así rechazaba “al Estado burgués y sus instituciones”, explica Gilberto Guevara Niebla, en su libro La libertad nunca se olvida; Memoria del 68. Eso fue entrar a un callejón político que no tendría salida. El líder culpa a moderados priístas que súbitamente votaron como de izquierda radical: Sócrates Campos Lemus, Fernando Hernández Zárate, José Nazar, Áyax Segura y Sóstenes Torrecillas. A la par, el CNH, la dirección colectiva de 150 mil estudiantes, preparaba su segunda gran manifestación al Zócalo, de proporciones “monstruo”, como decían los jóvenes.
La fotografía publicada a finales de agosto del presidente Gustavo Díaz Ordaz posando en Bellas Artes, en la clausura del congreso de la Confederación Nacional Campesina con Luis Echeverría y Alfonso Martínez Domínguez, entre otros personajes destacados de la clase política mexicana bajo el célebre mural de Siqueiros que muestra a Emiliano Zapata entregando su fusil, constituye una de las imágenes con mayor carga simbólica, que aporta la clave para descifrar tanto el clima político que predominó en septiembre de 1968, como el mensaje del mandatario al Consejo Nacional de Huelga (CNH): el partido en el poder era el único heredero de la Revolución Mexicana y entre sus atributos estaba el legítimo ejercicio de la violencia contra sus enemigos. A unas cuadras del acto, en pleno Zócalo capitalino, francotiradores gubernamentales apostados en el edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación disparaban contra civiles, como ha documentado Carlos Mendoza, y dos días después, el propio Díaz Ordaz haría explícito este mensaje amenazador en su cuarto Informe de gobierno.
Los jóvenes de ahora, no parecen muy interesados, es posible que se deba a que para ellos nada ha cambiado salvo los nombres de los gobernantes. La ajuventud mexicana vive con la perenne falta de oportunidades, poca democracia, familias autoritarias, poco trabajo, pocas expectativas para el futuro:
La mesa de ponentes, ayer en la ESIME del IPN, fue de primer nivel. Hablarían del movimiento estudiantil de 1968 cinco de sus protagonistas destacados. Y lo hicieron, solemnes, explicativos; se prepararon, se emocionaron. Pero durante tres horas sus palabras fueron recibidas por 218 butacas de madera vacías, porque en el resto —sólo en 22— había escuchas interesados. Parece como que el 2 de octubre, en esa escuela, sí se olvida. Fueron tres horas de alto contraste que lastimaron a esos expositores que 40 años antes les escuchaban cientos. Ellos coincidieron en que los estudiantes, los profesores del Instituto Politécnico Nacional, pagaron las más altas cuotas de aquel movimiento, que fue la institución educativa que entonces registró más expulsados de sus escuelas, más golpeados por el porrismo, más heridos en las trifulcas, más detenidos por los granaderos y los soldados, y más muertos. Ayer, sus recordaciones no encontraron oídos suficientes para enterarlos de todas esas heroicidades.
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