Hace 40 años se hablaba del poder de la imaginación, del cambio social y cultural, de conspiraciones de potencias extranjeras (hoy desaparecidas y enterradas en los libros de historia), de revoluciones (hoy poco valoradas), de la defensa de ese país llamado México (hoy atrapado en una espiral de pobreza y pocas opciones de futuro). En ese entonces, los defensores de ese país en realidad defendían los intereses de los Estados Unidos, hoy todavía siguen gobernando:
La semblanza oficial de Fidel Herrera Beltrán, en el apartado de actividades políticas, da cuenta de su paso por diversos cargos en la estructura del PRI, de su participación en cinco legislaturas federales y de la gubernatura de Veracruz que ostenta desde el 1 de diciembre de 2004. Lo que no se menciona en ningún lugar del curriculo repartido por su oficina de comunicación social, es que el mandatario veracruzano fue dado de alta en marzo de 1971 en la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (DGIPyS), apenas unos meses antes de la agresión gubernamental del 10 de junio en contra de estudiantes opositores, la cual es conocida como “El Halconazo”. De acuerdo con una serie de documentos oficiales de la desaparecida corporación –antecedente del Centro de Investigación y Seguridad Nacional- Herrera Beltrán fue contratado a los 22 años de edad, recién egresado de la Facultad de Derecho de la UNAM, como empleado supernumerario G, lo que equivalía a hacer trabajo como “informante” de la corporación federal. En la hemeroteca de los años setenta, época en la que Herrera Beltrán llegó a ser dirigente nacional juvenil priista y presidente del partido en el Distrito Federal, no hay registro alguno de que el político hubiera reconocido su labor en la DGIPyS. En los registros de prensa más recientes, tampoco hay referencias a este hecho. La dirección de Comunicación Social del Gobierno de Veracruz, no otorgó ninguna versión sobre este caso, después de que se le fuera solicitado al titular de la misma, el pasado viernes 1 de agosto.
Doce días antes un rector había salido a la calle para defender su universidad de la fuerza pública; la energía desatada desechó el corporativismo estudiantil; los comités de huelga y de lucha previos se recrearon en uno nacional y verdadero; se reveló que el otro pie del movimiento fue la Coalición de Profesores de Enseñanza Media y Superior pro Libertades Democráticas; la huelga estudiantil creció a todo el país; las demostraciones públicas, reuniones, mítines, marchas, actos diversos se expandieron a barrios y centros de trabajo y fueron congregando cada vez más personas; la fuerza del movimiento se adquirió con la comunicación directa de decenas de brigadas, cientos de mítines, miles de carteles y millones de volantes… La creatividad se liberó. Pero, el pliego petitorio de seis puntos contra la brutalidad del Estado no consiguió ser atendido, ni siquiera discutido en público.
Agosto de 1968 fue el mes de la imaginación desatada, el activismo febril y de la instauración de paradigmas en las formas de hacer política masiva que hoy perduran. Y de todos ello hay dos reconstrucciones muy fieles, bien documentadas e igual de recriminantes contra los gobernantes de entonces: la cronología ilustrada de la doctora en antropología Consuelo Sánchez y el informe final de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, instalado y bajo reserva en la Presidencia de la República desde los tiempos de Vicente Fox. De ellas se entresacan los datos de momentos claves de ese mes de agosto de 1968.
El Zócalo fue desacralizado hace cuatro décadas por estudiantes, los rebeldes con causa; hoy, se miran allí desde pistas de hielo, hasta festejos de quinceañeras; lo mismo a los alzados del EZLN que los encuerados de Spencer Tunick, hasta el Museo Nómada, que rompió marcas de visitas, sin contar con los gritos y el Grito del 15 de septiembre. La plaza, ya no es sólo centro de protesta, utilizado por sindicatos, huelguistas de hambre, partidos políticos y una diversidad de eternos inconformes: lo han apisonado por igual manifestantes de organizaciones sociales que espectadores de conciertos musicales, porque está considerado como el ombligo del país y el tercer escenario de ese tipo a nivel mundial. Durante décadas, hasta los sesenta, este centro político fue monopolio oficial. Los desfiles militares los 16 de septiembre, los deportivos los veintes de noviembre, los sindicalistas y de burócratas los primeros de mayo. Sin recato, se presumía la recepción en la plaza de hasta 3 millones de mexicanos en un solo acto. Pero esas cifras también cayeron por ficticias.
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