Disminuir el analfabetismo en México no es una tarea simple:
En medio de un claro del bosque frío me sonríe y me mira Martín, un campesino montañés de 55 años, con esa mueca y esa mirada de condescendencia que se le dirige a alguien cuando pregunta una obviedad.
—¿Por qué es analfabeto, por qué no estudió? —tenía que preguntar yo.
—Sí quería ir a la escuela —me explica Martín en mixteco traducido por el regidor de Educación del municipio de Cochoapa, Herminio Rivero—, pero mi papá me dijo: “Si quieres ir a la escuela, quédate a vivir con el maestro. Que él te dé de comer, que él te compre ropa. Y ya no regreses: que él te mantenga… Aquí en la casa nada de escuela. Aquí tienes que trabajar, cuidar a los animales, sembrar. Somos gente de montaña, no de escuela”, recuerda el oriundo de Yuvi Xaatuyo, una lejana comunidad ciento por ciento analfabeta ubicada a cuatro horas de camino a pie desde Cochoapa, la cabecera municipal.
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