Los medios presentan crónicas de los acontecimientos ocurridos en 1968, la persecusión en contra del comunismo, la violencia contra jóvenes universitarios, 40 años después nadie fue responsable de los asesinatos ocurridos el 2 de octubre de 1968, y continua el temor a la juventud:
Por mucho tiempo, el comunismo fue una pesadilla para el gobierno mexicano: al que había que perseguir y desaparecer. Por eso, después del 22 de julio de 1968, cuando se da el primer enfrentamiento entre estudiantes no comunistas, su respuesta fue la represión. Después de 40 años de suscitada esa zacapela en las inmediaciones de la Plaza de la Ciudadela y de los hechos sucedidos el 2 de octubre de ese año, aún no hay justicia.
En el ámbito político había una soterrada disputa entre el secretario de Gobernación, Luis Echeverría, y el jefe del entonces Departamento del Distrito Federal (DDF), Alfonso Corona del Rosal, por la candidatura del PRI a Presidencia de la República. Desde 1956 despachaba en la embajada de Estados Unidos –según analistas y varios ex agentes, ésta era la segunda en importancia en el mundo, después de la que operaba en la ex Unión Soviética, debido a la posición geoestratégica de México– un jefe de estación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), que era partidario de las dictaduras militares. Altos funcionarios gubernamentales se habían convertido en informantes de esa organización del espionaje estadunidense, entre ellos Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Fernando Gutiérrez Barrios y el propio Echeverría, de acuerdo con documentos desclasificados del gobierno de Estados Unidos.
Y así pasó.
Y empezaron el acostumbrado recorrido por diversas misceláneas y vinaterías. En realidad era una táctica para chantajear a dueños de comercios; es decir, los dirigentes azuzaban a la caterva, que extraían refrescos, galletas, dulces, cervezas, etcétera, y más tarde los cabecillas se presentaban a “cobrar protección”.
— ¿Asaltaban y cobraban protección?
—Llevaban a los muchachos, que acarreaban todo lo que encontraban a la mano, y de esa forma ellos, los líderes, presionaban para cobrar protección a los dueños de los negocios —recuerda el hoy maestro de la ESIME.
Después del asalto a comercios, continuaron su ruta programada, cuadras adelante se detuvieron frente a la preparatoria particular Isaac Ochoterena, sobre Lucerna número 16, ahí provocaron una trifulca. Los que iban a ser agredidos, más numerosos que los porros, respondieron, haciéndolos retroceder. Los politécnicos fueron por refuerzos y volvieron, pero esta vez encontraron pocos alumnos; arremetieron contra ellos y rompieron parabrisas de autos.
José Rosario Cebreros habla de los métodos de control priista sobre la FNET, la inquina anticomunista de la época, la represión contra líderes estudiantes de la FNET y revela un episodio del movimiento estudiantil de 1968 que refuerza el argumento de la represión provocada y la operación de Los Halcones desde ese año. “A la FNET la querían para formar Los Halcones. Nos ofrecieron armas y entrenamiento, en una reunión en la casa del director de la Vocacional 2, Alberto Camberos López, allá por Lindavista, donde estuvo también el entonces joven militar Manuel Díaz Escobar. Esto fue a finales de julio o principios de agosto, cuando los estudiantes habían tomado las escuelas, en la primera etapa del movimiento.” Los acuerdos tomados en cada congreso pasaban por las manos del Presidente en turno. “Cada año se entregaba un pliego petitorio al Presidente. Él decidía qué sí y qué no. Luego se llevaba a la asamblea la respuesta presidencial”. Tan cercana era la relación de la FNET con los presidentes, que en persona le hacían solicitudes y trataban los temas de los estudiantes. “Cuando iba con el presidente Díaz Ordaz, me decía: Cebreros, ya le di camiones para las escuelas, becas, viajes, pero usted qué quiere. Y le decía: que me siga recibiendo. Yo no pedía nada para mí, porque yo ya tenía mi beca de 300 pesos del Poli, que me habían dado desde la prevocacional, y un lugar donde vivir y comer en el pentatlón deportivo”.
A setenta días del 2 de octubre del 68, Cedeño narra haber recibido “inesperada y urgentemente” la solicitud de Guillermo Massieu de hacerse cargo de la Vocacional 7 Cuauhtémoc de manera interina, considerada por autoridades federales, locales y por los directivos del IPN, como “el principal foco” del movimiento estudiantil. Fue el 24 de julio de ese año que Cedeño hizo maletas para cumplir la encomienda y cogió rumbo a la calle de San Juan de Letrán 445 (hoy Eje Central Lázaro Cárdenas), justo en la Plaza de las Tres Culturas. El 25 de julio, Cedeño presagió una nube negra sobre su plantel: “Algo puede suceder aquí en la víspera del aniversario de la Revolución Cubana y a causa de los enfrentamientos entre alumnos de la Vocacional 2 del IPN y una escuela particular”. Y no erró. El día 27 de ese mes se amaneció con la noticia de los acontecimientos ocurridos entre estudiantes “el día anterior 26, aniversario de la Revolución Cubana, y que arrojó un saldo trágico, de los que daban cuenta todos los diarios del país”.
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